Es difícil explicar aquello que sentimos, aquello que no se ve, que no se puede tocar.
Es complicado compartir ciertas pasiones o emociones, con aquellos que no han tenido las mismas vivencias de uno, de muchos, de un pueblo.
Cualquier persona al percibir un aroma, una imagen, una canción, se transporta a un momento de su vida, a situaciones que de una u otra forma marcaron su existencia. Un perfume, un paisaje, una canción de Sabina, sería más sencillo de entender. Pero esa comprensión se vuelve complicada cuando hablas de olor a mecha humeante, de estelas de fuego en el cielo o el estruendo que genera un caixó al explotar. Del olor a cuero guardado, la imagen de la torre o el sonido de la corneta abriéndose paso por ese Carrer Major colapsado de pasión. Es complicado.
Describir algo comparándolo con una historia de amor, en la que piensas en algún momento del día. De cada uno de esos 365 que te separan de volverla a abrazar, de volverla a sentir. Como si de unos preparativos continuos para una cita especial se tratara, que se podría considerar obsesión o quizá locura, dependiendo del prisma desde el que se observara.
Que ese algo te ha dado tantos y tantos momentos inolvidables, te ha permitido formar parte de algo único y ha unido a personas que de otra forma no lo hubieran hecho. Porque da igual tu ideología, tu estatus social o ese maldito ego clasista que nos separa. Ese algo nos vuelve iguales a todos, con un sentimiento común y una misma pasión.
Es complicado detallar esa avalancha de sensaciones que te desbordan cuando llega esa mañana del último domingo de agosto, revisando ese petate una vez más. Donde sabes lo que hay, es más, sabes en el orden que se encuentran alojadas en su interior cada una de las piezas que lo llenan. Pero como de esa preparación de la cita que hablaba, todo nos parece poco, todo debe ser perfecto.
Describir ese silencio que, tras varias bromas nerviosas, inevitablemente se crea en el momento de vestirnos esa noche. Silencio lleno de emociones, de recordar a todos aquellos que ya no están y nos acompañaron tantos años. Que compartieron puesto con nosotros, apretaron las correas de nuestras polainas o apoyando su frente en nuestra carasseta nos decían “ten cuidado” en el último momento.
El trayecto hasta la Calle San Salvador entre vecinos y forasteros, familiares y desconocidos, recibiendo de todos ellos ese calor abrumador. Calor que en ocasiones no llegamos a apreciar, desbordados por tan esperado momento. Momento que al girar desde Vicent Lerma se vuelve álgido con la visión del carrer Major, ese que no sé por qué, se percibe diferente y luce de forma única.
Es complicado de explicar.
Llegas a tu puesto y te ubicas como si fueras nuevo. Me centro en revisar a mi hermano, con el que tengo el privilegio de vivir algo tan especial año tras año, de la misma forma que él hace conmigo. Nos colocamos la carasseta el uno al otro, con nuestro padre más presente que nunca, ya que él se encargaba de eso. Y es cuando esos dos “clacks” te ponen en modo Cordà, y eso sí que es complicado de explicar.
Recolocas los cajones a tu gusto, compruebas las trampillas una y otra vez mientras se acerca esa corneta que te encoje por dentro. Llega ese abrazo de ánimo, de calma y sobre todo protector, que te dice sin palabras “estoy aquí para ti, como tú lo estás para mí”. Mensaje que sólo los que allí estamos podemos entender.
Las luces se apagan, nuestra boca se seca y ese olor a mecha se asienta en nuestro paladar. Los gritos de ánimo llueven desde los balcones, desde las terrazas, haciéndonos conocedores de que ellos también están ahí. Porque todos y cada uno de ellos también son Cordà, porque nosotros no seríamos sin ellos como ellos sin nosotros.
Las fachadas se iluminan de verde y esa bengala orgullosa recorre el centro de nuestro mundo. Porque en ese preciso instante no existe nada más que ese lugar, ese momento, ese instante. Y eso queridos amigos, sí que es difícil de explicar.
Tus ojos se centran en el uno, el cual será tu brújula a partir de que esa bengala, encienda la ansiada traca con una reverencia única y sin igual.
Nuestras pupilas se contraen absorbiendo toda esa avalancha de luz que viene hacia nosotros, dejando bien claro a todos, que ya no hay marcha atrás. El fuego nos abraza, el humo nos embriaga, nuestro baile acaba de empezar.
El fin es común, la coordinación supera cualquier situación y el buen hacer toma el protagonismo. No hay nombres, no hay género, no hay puestos. Sólo hay pasión y devoción, trabajo y entrega máxima. Llamarme loco si así lo creéis, pero es entonces cuando más acompañado me siento. De los que están y de los que ya no están, pero vuelven con nosotros a vivir nuestra Cordà.
El tiempo vuela de igual forma que cuando tu amor te besa, te toca o te abraza.
El final se acerca marcado por un rojo más pasión que nunca, que avanza sumido en un éxtasis de estruendo y calor que te envuelve, dejándote exhausto tras lo que acabas de vivir.
Las puertas dels engabiats se abren enérgicamente, liberando a todos aquellos vecinos y vecinas, amigos y desconocidos, desbordados de emoción. Te abrazan mientras te ayudan a desvestirte, te hidratan entre palmadas de satisfacción y te hacen sentir que eso, también es Cordà.
Ahora toca vivir la magia de la noche más especial de Paterna. Orgullosos de lo que acabamos de sentir, llega el momento de rebeldía, de fuego libre y relajado, de risas y amistad. Llega nuestra Recordà.
365 días nos separan de esa cita tan especial, que no pretendo que entendáis porque como ya os he dicho, es difícil de explicar.
A todas las personas que comparten nuestro sentir, en especial a ti Andrés Pons, allá donde estés.
Autor: Jose Luis Calatrava Isaac, socio de la Peña Cohete Borracho.
Fotografías: Interpenyes y Adrian Villada